viernes, diciembre 22, 2006

La estrategia

Casi todas la mañanas amanecía en el tren. Leuven- Bruselas.

Bélgica es muy pequeño. Es tan pequeño que si te duermes te sales. Yo me salía todo el rato. Algunas veces a Alemania. Otras a Holanda. Bélgica es también muy oscuro. Es tan oscuro que el sol se ha aburrido de salir. Y la gente se ha aburrido de esperar, que es el peor de los aburrimientos. Bélgica es también muy silencioso. Es tan silencioso que se bosteza pero no se silba. Y menos en el tren.

Teníamos la estrategia perfectamente diseñada. El trayecto entre Leuven y Bruselas duraba veinte minutos. Eramos tres. Elena, delgada delgada, pequeña pequeña y muy nerviosa. Siempre vestía de negro con un sobrero redondo que le tapaba las orejas. Tenía la cara blanquita y un mechón pelirrojo. Movía la cabeza como un jilguero enjaulado. Parecía un animalillo.

Antxon, ancho ancho, gordote e hilarante. Siempre vestía de traje, con cinto y gabardina. Tenía la cara redonda y solemne. Modulaba su voz de bajo coral eligiendo cada sílaba. Era tan ocurrente que sus palabras tenían mofletes con hoyuelos. Parecía un gigante travieso disfrazado de señor mayor.

Y yo. Peludo peludo, ojos muy abiertos y eterno sonriente. Siempre vestía de cualquier forma pero tirando a camaleón desgarbado. Tenía fama de bailongo empedernido y de congeniar hasta con el diablo. A Elena le recordaba al último jipi vasco-mohicano y Anton insistia en que mi estilo era de maniquí de la boutique "Mecagüen la elegancia".

Tras varios meses en Leuven nuestra situación financiera era muy delicada. Elena había gastado todo su dinero en chocolate y tabaco. Anton en chocolate y viajes en coche alquilado para visitar a cierta damisela. Yo en chocolate y en el sabor de los más de quinientos tipos de cerveza belga. Ante semejante panorama Elena fumaba y se movía mucho más rápido de lo habitual. Anton propuso atar a Elena y denominarnos, a partir de entonces, "La Pandilla Puta Pena". Yo mientras tanto, diseñé un sistema de abastecimiento de bajo coste en supermercados con poca vigilancia.Y un certificado médico de cleptomanía aguda por si las moscas belgas.

Sin embargo, nuestro principal problema era el tren. Tres billetes diarios de ida y vuelta a Bruselas. Un esfuerzo de privación cacao-alcoholico-amoroso-nicotínico demasiado elevado. Así nació la estrategia. El sistema belga se caracteriza por su honestidad implacable. Y por su silencio institucional. Al acceder al tren escribes en tu ticket multiviaje el día, hora y destino. Cuando pasa el revisor sella la casilla correspondiente. Si la información no aparece escrita, te confisca el billete, detiene el tren y, sin mediar palabra, te apea en medio de la vía férrea.

Nuestra "Pandilla Puta Pena" subía en el vagón intermedio. La inspección podía llegar de cabeza, o de cola. Antxon y yo ocupábamos las puertas de acceso. Misión silbar y entorpecer. Nuestro "animalillo", veloz hasta escribiendo, quedaba con el ticket y el boli . Sólo para casos de grave emergencia. Con el inspector comenzaba el baile. Un silbido rompe bostezos nos empujaba hasta el vagón de cabeza, o de cola. La consigna: andar pausado, sonriente, acompasado. El último en entrar vigilaba el acceso. Elena sólo escribía si: revisión llega a vagón antes que vagón a estación. En caso contrario: se acaba la función.

Aquella mañana llegué disfrazado de Westmalle Tripel. No supe abrir los ojos. No despegue los labios. No hubo silbido ni bostezo roto. Sólo un grave: "Ticket alstublief" del revisor. Señalé a Elena que se había apresurado a sentarse junto a Antxon. En la cola del vagón. El revisor me indicó, índice en espalda, que le acompañara. Antxon y Elena cabizbajeaban en el asiento. Y al juntarnos se hizo la luz. "El animalillo" llevaba puestas sus gafas negras y palpaba el asiento buscando el ticket. Un ciega con gran esmero. Antxon alzó la cabeza. Tenía los ojos bizcos, sonrisa bobalicona y la boca entreabierta con mueca salivosa. Impresionante panorama para un revisor belga con sistema. Lo intentó durante unos minutos. Habló despacio. Utilizó flamenco, muecas, frances, y chapurreó inglés. Finalmente me palmeó la espalda, como sólo se le palmea a un sordomudo, y continuó por la puerta, impasible, hacia su rutinario destino.

Mientras desaparecía se oyó a un sordomudo apostillar emocionado:

-"Habrá que hacer.... una historieta de esto, ¿vale?"

miércoles, diciembre 13, 2006

Qué hay de lo mio

-Mire usted, fue un golpe militar. Ya se supone que esto tiene siempre aspectos violentos. Fue para dejar su tierra mejor de lo que la encontró. Quién no haya cometido algún exceso que conecte el primer electrodo, o aplique la primera bañera. Tirar la primera piedra deja marca.

El ilustre senador de la democracia secó el sudor de su frente y bebió agua. Llevaba algunos años con faringitis crónica. Producto del servicio público. Y de la razón a gritos. También de que mentiras y amenazas dejan una vibración culpable en las cuerdas. En las vocales. Un eco interno sordo, de gritos apagados. Gritos consonantes.

Se concentro en pensar mientras hablaba. Aceleró su verbo. Engulló palabras y terminaciones. Balbuceo fórmulas memorizadas. Lugares comunes, honras de funeral que acostumbraba a vaciar de contenido. Paz y respeto a los muertos. Progreso, justicia y democracia. Simultaneó su monólogo externo con un breve dialogo sincero con su propio miedo.

Pensó en sus términos. En sus habituales "Don Manuél, ¿qué hay de lo mio?". Miró de frente su propio funeral, con honores implícitos de ex-ministro de gobernación del régimen. Ex-firmante de condenas convenidas, de órdenes de abrir fuego contra personas armadas de razón.... Y respiró tranquilo. Amnistiar la desmemoria es, después de todo, la mejor fuente de históricos epitafios.