-¡¡Seguro que es tan tarde!! Porque está muy oscuro. ¿A que sí aita (papá)?
- Aita, ¿y nos podemos quedar a dormir aquí? Sin manta, ¿vale?
-Aita, yo me siento en el suelo ¿vale?. Está calentito. Y no hay hormigas.
- Hay estrellas. Hay mil. ¿A que sí, aita?
- Aita, ¿cómo se hace un cohete? Yo quiero un cohete para ir a las estrellas. Has estado tú en un cohete? ¿Y en las estrellas?
- Aita...¿Y quién vive en esa estrella roja de ahí? ¡¡Aita, jo, deja ya a Miren!. ¡Mírame aita!. En esa roja de ahí.
- Miren no entiende, ¿a que no aita?. Porque es pequeña y todavía no tiene años. Y yo tengo éstos, ¿a que sí, aita?. ¿A que ya no soy pequeño? ¿A que soy mediano, aita?... Aunque todavía no puedo conducir cohetes.
- Aita, ¿y los cohetes se chocan con los meteoritos?
- Son tan brillantes las estrellas... son muy preciosas, ¿a que sí?
- Aita, ¿qué es más precioso una estrella o un tesoro de los piratas?
....................................
- Aita, cuando me suba a las estrellas te bajo una. Para ti.
- Y también le bajo una a Ama. Para su casa.
-¿Y a tu hermana Miren no le vas a bajar una?
- Si ya, total para qué, ¡para que la chupe!
A Gladys, Pablo y Nerea
jueves, septiembre 21, 2006
martes, septiembre 12, 2006
Ojos vidriosos
Hay un vendedor de perdones en la calle de los quioscos.
Tiene la cara tiesa dura, y el pelo graso lacio.
No le penetran las razones punzantes, y le resbalan los vicios culpables
Abre a media mañana y se sienta en su silla balancín,
a esperar que lleguen los primeros arrepentidos.
Son fijos los diarios del remordimiento,
buscando perdones vistosos y con pocas páginas.
De usar rápido y tirar. De portada y resumen.
Después del aperitivo llegan los coleccionistas de perdones por fascículos,
perdones de ayer y de hoy con sus cajitas contenedoras a juego.
Perdones de tener todos y exponer. De vitrina y polvo.
Están también los de los perdones reciclables de múltiples usos,
los religiosos y facilitadores de perdones grupales,
los perdonavidas profesionales a por perdones de alta carga,
y los promiscuos y aprensivos en busca de perdón seguro.
Últimamente llegan bastantes a por perdones de este siglo,
con muchas palabras vacías y con espejito sonriente,
ediciones especiales para el autoperdón.
Y es al anochecer que llegan los del perdón impúdico.
Estos quieren perdones desnudos y lascivos,
perdones de posturas imposibles, para intercambiar,
para mirar, para revolver tripas y conciencias,
para agitar el deseo de tener más de uno.
Hoy me he acercado a su quiosco con los ojos vidriosos,
buscando un "perdón no se qué", blando pero arrojadizo.
Me he acercado tanto a su cara tiesa dura, a su pelo graso lacio,
que sólo ha tenido que susurrarme:
- Siéntate en esa silla y espera
- ¿Esperar a qué? - angustiado porque alguien me viera
- A que pasen las horas de la añoranza y te lleguen las de saber que cara tiene tu jodido perdón - ha respondido sin mirarme.
Tiene la cara tiesa dura, y el pelo graso lacio.
No le penetran las razones punzantes, y le resbalan los vicios culpables
Abre a media mañana y se sienta en su silla balancín,
a esperar que lleguen los primeros arrepentidos.
Son fijos los diarios del remordimiento,
buscando perdones vistosos y con pocas páginas.
De usar rápido y tirar. De portada y resumen.
Después del aperitivo llegan los coleccionistas de perdones por fascículos,
perdones de ayer y de hoy con sus cajitas contenedoras a juego.
Perdones de tener todos y exponer. De vitrina y polvo.
Están también los de los perdones reciclables de múltiples usos,
los religiosos y facilitadores de perdones grupales,
los perdonavidas profesionales a por perdones de alta carga,
y los promiscuos y aprensivos en busca de perdón seguro.
Últimamente llegan bastantes a por perdones de este siglo,
con muchas palabras vacías y con espejito sonriente,
ediciones especiales para el autoperdón.
Y es al anochecer que llegan los del perdón impúdico.
Estos quieren perdones desnudos y lascivos,
perdones de posturas imposibles, para intercambiar,
para mirar, para revolver tripas y conciencias,
para agitar el deseo de tener más de uno.
Hoy me he acercado a su quiosco con los ojos vidriosos,
buscando un "perdón no se qué", blando pero arrojadizo.
Me he acercado tanto a su cara tiesa dura, a su pelo graso lacio,
que sólo ha tenido que susurrarme:
- Siéntate en esa silla y espera
- ¿Esperar a qué? - angustiado porque alguien me viera
- A que pasen las horas de la añoranza y te lleguen las de saber que cara tiene tu jodido perdón - ha respondido sin mirarme.
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