lunes, marzo 27, 2006

Sequedades

Yo vivo donde me ocurre todo lo cercano. Convivo con todo "lo local", y con las gentes que lo construyen. Y entre las costuras que me tejen a lo cotidiano hay al menos tres hilos de percepciones:
- Lo que cuentan las visitas guiadas: el casco histórico, sus palacios, catedrales y su disposición medieval.
- Lo que valoran las visitas guiadas: el orden y la planificación, los servicios y sus zonas verdes, su excelencia ambiental y su alta calidad de vida.
- Lo que sólo aquí me atrevo a confesar: el hedor rancio que exhala y un fondo persistente de sequedad.

Lo rancio persiste invisible en el pasado acumulado. Son montoncitos de tiempo que pisas sin percatarte. Son baldosas de acuartelamiento militar y sede episcopal. Son calles con personas que pasean en ropa de domingo. Son miradas acartonadas que juzgan, insolentes, todo lo nuevo. Son terruños de protocolo tradicional que opinan. Sin que nadie les pregunte. Son hechuras que respiran sequedad. La del agua estancada. La de los museos de cera. La del frío que se queda.

En la rancia ciudad de sequedades hay un humedal. Frente a mi nuevo balcón. Los patos cuchara, las fochas y los ánades azulones anidan en sus tardes. Hay también una comunidad de escarabajos carábidos y varias libélulas amenazadas. Sus nombres no los cito por obvios motivos. En el sotobosque de un solitario robledal se esconde varios galápagos autóctonos y alguna "rana ágil". Ni asi consiguen escapar al peligro de extinción.

El humedal es también un oasis en las rutas migratorias. Ofrece tranquilidad y mucha comida a nómadas con alas. A nómadas sin papeles, sin país, sin ganas de tenerlo, sin necesidad de defenderlo. Algunos se quedan a pasar el invierno e incluso eligen estas lagunas para criar. Se de algún carricerín cejudo, varias garzas imperiales, dos o tres cercetas carretonas, un simpático avetorillo común y muchas espátulas que han pasado largas temporadas. Con algunos he compartido cafés y tardes de escucha. Aunque sólo nos veamos de lejos. En la cercanía del silencio y el oír cantar.

miércoles, marzo 15, 2006

Baobab

"Thohoyandou", cabeza de elefante. Así llaman los Vha Venda a la capital de su territorio, al norte de Sudáfrica, en la frontera con Zimbabwe.

Dicen en Venda que en las montañas que rodean al Lago Fundudzi duermen los espíritus de los hechiceros que alumbraron a los Vha Venda. Nadie puede adentrarse a pie en este sagrado territorio. Las pisadas perturban el sueño de los ancestros. También el de la Pitón Gigante, diosa de la fertilidad. Ella vive sumergida en las aguas del lago. Un lago entre bosques de baobabs.

Dicen en Venda que, al principio de los tiempos, una hiena se enfadó con Dios. Por crearla fea. Por su cabeza enorme de perro loco. Por el tronco con joroba de bípedo anciano. Por sus patas cortas y desiguales. Por el color gris nada y las pintas marrones de leopardo desteñido. Por ser carroñera y compendio de despojos. Por su estúpida risa perruna. Por ser el remiendo amorfo de la creación. Dicen que Dios, avergonzado de su obra, le regaló a la hiena un árbol. Un baobab. Y que ésta, enfurecida, arrancó el árbol de raíz y lo plantó al revés. Por eso que los baobab parece árboles invertidos. Lo visible son sus raíces. La copa, sus ramas frondosas y su hojarasca, se esconden en lo invisible.

Dicen en Venda que el Gran Baobab (43 metros de circunferencia en la base y más de 4000 años de antigüedad) es el más anciano de la tierra. El gran baobab vive en su bosque, cerca del poblado de Sagole. Su corteza, lo visible, parece de piel de elefante. Lo invisible palpita vivo a sólo un rasguño de profundidad. La coraza más liviana de la creación. Dicen que en Sagole brota del subsuelo la magia, protegida por un bosque de seres brevemente acorazados.

Dicen en Venda que sólo quien soporta la rabia animal y la verguenza divina tiene ojos para lo invisible. Que sólo quien desentierra sus raíces es capaz de entender a quien mira más allá de su propio suelo.


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martes, marzo 07, 2006

El proyecto

Llevo varias semanas reuniendo todo lo necesario.
Una azada con el humor afilado para escarbar durezas.
Una pala de boca ancha para apilar segundos viejos.
Varios destornilladores de apretar estimas,
y una llave inglesa que traduzca todas mis versiones más originales.
La guadaña de segar desesperanzas que me regaló mi abuelo,
y las gafas "que bien te veo" de la difunta abuela avellana.
Tengo también tres saquitos de momentos libres sin germinar,
y varios semilleros de imágenes.
A dos de ellas les nacen tallitos con locuras.
A las últimas que soñé se les ven los futuros viajes.
Anteayer conseguí un "espantaquejas" con sombrero,
varias guías de caña para pasiones trepadoras,
y una bota de "vino para quedarse" que me regaló el frutero.
Ya está todo dispuesto.
Hay un terrenito con espacio libre,
y una casa con puertas abiertas para que corra el aire.
Hoy comienzo un huerto con nombre de proyecto:
Gogoak Berpiztu: Recuperar Las Ganas